En éste concurso han habido un total de trece concursantes (Ya sabemos que aún no es mucho pero aún así estamos muy felices de que varias personas decidiesen participar... ¡Esperamos que en la próxima edición muchos más se animen a ello!), y por supuesto tan sólo un ganador.
Y ése ganador no es otro que... ¡J.M. Santiago! Autor, dicho sea de paso, de un libro poco ha publicado titulado "Las Tablillas de San Juan" y que recomendamos encarecidamente que os hagáis con él para poder disfrutarlo.
El relato en cuestión se titula "Asesinato en Sevilla" y, contrario a lo esperado, se nos presenta como el inicio de una trama aún desconocida y que nos llena de innumerables incógnitas... ¡Helo aquí!:
Asesinato en Sevilla.
Los disparos rompieron la melodía ambiental de una multitud de
sevillanos que se habían echado a la calle para aprovechar el fresco viento que
corría aquella tarde-noche de verano. Sonaron tres. Uno detrás de otro,
provocando un silencio absoluto y una general mirada hacia el origen de
aquello. La víctima, arrodillada, se miraba asombrada el pecho, pues era allí
donde habían impactado las balas. La sangre le salía a borbotones, oscura y
densa, dejando un gran charco sobre el suelo deLa Plazadel Duque. Aún le
quedaron fuerzas para mirar a su verdugo, a la persona que había abierto fuego
contra él. Alzó la mirada, y entonces lo comprendió todo. Reconoció al instante
esos ojos que se entreveían entre una gorra de visera plana y un pañuelo que le
tapaba casi la totalidad de la cara. Aquella mirada que lo fulminaba con
sentimiento de asco. El individuo, agachándose junto a él, le susurró algo al
oído, se volvió a erguir, y comenzó una rápida carrera entre los perplejos
viandantes, abriéndose paso a empujones, desapareciendo finalmente en la
lejanía por la calle Javier Lasso dela Vega. Fuelo último que pudo alcanzar a
ver ese pobre hombre. Miró al cielo, suspiró, y dejó caer su cuerpo sobre el
pie de la estatua de Velázquez. Exhaló un último aliento y el brillo de sus
ojos se apagó. Mucha gente se agolpaba sobre el cadáver, procurando mantenerse
a una cierta distancia de el. Muchas otras personas corrían despavoridas
anunciando a gritos la tragedia a los que todavía no se habían dado cuenta del
percance. Algunas llamaban por el móvil a la policía, otras a la ambulancia,
una niña pequeña que venía con su madre se desmayó al ver el cuerpo envuelto en
un mar rojo…
El centro de Sevilla se convirtió en un caos. Rápidamente llegó
la policía local, seguida de la nacional, y comenzaron a precintar la zona
alrededor de la cual se había cometido el crimen. Comenzaron entonces a
dispersar a los ciudadanos que no se habían marchado ya. En unos minutos llego
la ambulancia, resonando fuertemente en el silencio de la ya entrada noche
veraniega. Se bajaron dos médicos rápidamente y examinaron el cuerpo. Tras
observarlo durante unos instantes, uno de ellos miró hacia los agentes y les
dio la noticia: ese hombre había fallecido. Entre el tropel de curiosos que se
había quedado rezagado disimuladamente aparecieron dos médicos más, empujando
una camilla móvil. Pidieron permiso al agente Rodríguez para poder llevarse el
muerto, y éste se les negó, argumentando que aun no habían echo las
correspondientes fotos a la escena del delito ni al cadáver, por lo que se
mantuvieron a un lado de los otros dos médicos, aguardando la señal. El agente
Rodríguez ocupaba un alto cargo en la policía local y tenía una reputación
intachable. Era firme, decidido y con convicción en sus teorías, que a menudo
resultaban ser correctas. Era ya algo mayor, pero se seguía sintiendo con
fuerzas suficientes para seguir aguantando unos años más en el cuerpo. Su
rostro, demasiado envejecido y estropeado a causa del tabaco, mostraba un
semblante serio, y daba miedo ver como sus pobladas y oscuras cejas caían
fuertemente sobre sus ojos. Siempre estaba serio, por eso quizás lo dejó muchos
años atrás su mujer. Miró hacia el cuerpo sin vida, que parecía dormir
plácidamente sobre el suelo ensangrentado. Ya le estaba tomando las fotos un
agente de la científica cuando algo en la víctima le llamó la atención. De su
pantalón negro asomaba algo plateado. Anduvo despacio hacia allí, y se aproximó
el agente.
–Perdona…–dijo en un tono más bien autoritario–. ¿Has terminado
ya de hacer las fotos? Me gustaría comprobar algo. –añadió.
–Si si… –respondió con una tímida voz el joven chaval que tomaba
las fotografías dando un paso atrás–. Ya he fotografiado lo que necesitaba.
¿Necesita alguna ayuda, señor Rodríguez? –Se ofreció el joven dirigiéndose
hacia su superior con gran respeto.
El agente Rodríguez, casi ignorándolo, como si no lo hubiese
escuchado, se puso dos guantes de látex y metió la mano en el bolsillo del
pantalón que contenía algo abultado. Y se quedó patidifuso. Por si no era
suficiente ya todo aquello, el muerto tenía en su bolsillo una pistola cargada
y con el seguro quitado.
–Agente… –comenzó Rodríguez mirando hacia el muchacho que miraba
anonadado la pistola que había extraído del bolsillo.
–Álvarez señor, Joaquín Álvarez. –Contestó el chico rápidamente.
–Bien, agente Álvarez. –Hizo una pausa para juzgar al chico. Le
parecía demasiado gordo. Tenía una mirada pícara, pero le causó buena
impresión–. Acérqueme una bolsita de cierre hermético –le indicó–. ¡Pero no, no
deje la cámara ahí, tráigala también! –Le anunció en un alto tono al pobre
agente.
–Tome señor Rodríguez –se apresuró raudo y veloz Álvarez,
dándole la bolsita.
–Gracias. –Murmuró secamente Rodríguez.
¡Y éste ha sido el relato! Esperamos que lo hayáis disfrutado tanto como nosotros, y en cuanto a tí J.M Santiago... ¡¡¡Felicidades!!! (¡Tanto por tu libro como por ésta victoria, por supuesto!)
Lo hace estupendo.
ResponderEliminarEnhorabuena a J.M Santiago, mi amigo sevillano compañero de lances literarios.
Un beso.
Estabamos seguros, que el relato era muy bueno! Felicidades Amigo! saludos
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